Una reflexión sobre la concentración

Por Alejandro Di Palma (*)

02/05/2022 |

El Gobierno nacional –el ministro de Economía, Martín Guzmán particularmente– tuvo rentas inesperadas en el primer trimestre debido a una inesperada recaudación por retenciones y por una mayor tasa de inflación que la estimada, inflando más los ingresos tributarios y licuando más los gastos. Por otro lado, los subsidios a la Energía subirán en lugar de bajar, por el aumento en el precio del gas importado y que, adicionalmente y para compensar el nuevo marco inflacionario, el Gobierno ha decidido un incremento (¿por única vez?), de los subsidios sociales y de las jubilaciones mínimas y ha cerrado una paritaria mucho más generosa con los empleados públicos. Queda claro que la pretensión de reducir el déficit sólo puede llegar de la mano de alquimias contables.

Por otro lado, la contención de precios se ve claramente dificultada con las restricciones de acceso al mercado de dólares oficiales para la importación de insumos.

Los nuevos precios “inesperados”, que tienen el mismo efecto que una devaluación, rigen desde fines de febrero de este año, de manera que las ganancias “inesperadas” recién se reflejarán en los balances que se cierren durante este año y cuya recaudación se concretará, mayoritariamente, durante el próximo año.

En la práctica, ese mayor gasto se pagará con los ingresos “inesperados” del Gobierno ya ocurridos, es decir, el salto de la tasa de inflación y la mayor recaudación por retenciones. Fundamentalmente es la inflación la encargada de financiar estos gastos de este nuevo IFE o bono que pretende mantener los niveles de pobreza inalterables, misión cuasi imposible.

Estamos, entonces, frente a la necesidad de sostener una inflación que garantice este nivel de gastos. El plan de Guzmán y el FMI consiste en levantar las anclas que mantenían la inflación en el 55%, ahora el riesgo es que las nuevas anclas (reducción del déficit ) no funcionen-

Contrarreloj

Guzmán advirtió la posibilidad de una gran turbulencia social y política en el caso de no resolver la “crisis de la distribución de los ingresos”. Lo dice después de haber destruido a las pymes con una inacción cómplice.

Como lo postula la ortodoxia, el mecanismo para aliviar las presiones inflacionarias va a ser el de una desaceleración de las economías, lejos de impulsar mecanismos de desacople.

La receta última del FMI es “enfriar el consumo” (otra vez), es decir proponen recetas para una “inflación de demanda” en un escenario caracterizado por consumos en mínimos históricos comparables a los años inmediatamente posteriores a la salida de la crisis de 2001.

Guzmán dice: “La principal herramienta para desincentivar la inflación sin incurrir en una batahola social es la del crecimiento sostenible e inclusivo”, mientras las definiciones políticas, claramente, van en sentido opuesto.

La salida

Necesitamos planes productivos, apoyo del Gobierno a la iniciativa privada en todas sus expresiones, ya sean industriales, rurales o extractivas, pero en forma inclusiva.

Es necesario dar trabajo y generar riquezas, salir del caos de los cortes de calles, pero reconociendo la necesidad de quien está obligado por la urgencia a reclamar de una forma efectiva acosado por las necesidades más básicas.

Necesitamos que toda jubilación del Estado tenga un tope que devuelva igualdad, hay beneficios que no se pueden ni se deben sostener.

Necesitamos que se impida la creación de grandes cadenas comerciales que destruyen a los pequeños y medianos comercios, una sociedad integrada necesita un capitalismo que tenga límites en su concentración.

No se trata de evitar el capitalismo sino interpretar que la radicalización del capitalismo (como de cualquier otra idea) lleva a distorsiones, una reflexión sobre estas distorsiones señaladas podría ser que “el capitalismo nos ha permitido ser la especie dominante y en nuestra necesidad de proteínas hemos hecho que el ave con mayor población en la tierra sea el pollo”.

Lamentablemente vemos que todos los sectores son manejados por empresas cada día más grandes, de eso se trata “la concentración” y empresas más grandes quiere decir de “capital intensivo”, luego, ese capital involucrado en el sector productivo debe competir forzosamente con la “renta financiera” que el mismo podría conseguir. Esto explica en gran medida una presión para acrecentar rentas tomándola desde los otros eslabones de la cadena de valor, la presencia de un Estado administrando esa renta es indispensable y es la única posibilidad de coexistencia de eslabones de la cadena de valor, que incluyan pymes y por tanto, trabajo en cantidad y derrames hacia la sociedad, propias de su ineficiencia.

Hablar de concentración, es hablar de desigualdad.

Para intentar ser más enfáticos en el punto anterior, debemos señalar que “las desigualdades son productos de decisiones políticas o de falta de decisiones políticas”.

Sobre esa visión de capitalismo radicalizado se instala el economicismo, una teoría que impone las ganancias sobre el bienestar colectivo, con la convicción de que la suma de las codicias individuales puede constituir una sociedad. Esto anterior impone un pensamiento que, con la excusa de la eficiencia y la modernidad, permite la concentración de la riqueza en pocas manos y en consecuencia va devaluando la democracia hasta degradarla.

El propio capitalismo y la competencia de mercado supone la eliminación del competidor, luego la reducción y/o la absorción de ese competidor resulta lógica, deviene entonces un escenario caracterizado por una competencia oligopólica como paradigma de “mercado”.

La conclusión inmediata es que “el monopolio es la versión más evolucionada del capitalismo”. Resulta evidente la necesidad de moderar estas tendencias extremas.

Los paradigmas

El orden económico o macroeconómico como paradigma de una sociedad es, en general, una reacción de la primitiva acción de sostener procesos con alta desigualdad social (súper concentración económica, extractivismo con poca generación de valor agregado y dificultad de progreso social).

Si no se revisan las salidas de capitales no tenemos futuro. Si no debatimos qué debemos producir y proteger y qué intercambiar, cuánta riqueza generamos y qué limitaciones debemos imponer a su salida; si no revisamos nuestra dependencia, entonces, no tenemos salida. No es sólo bajar impuestos, salarios e indemnizaciones, es evitar la fuga, los miles de millones de nuestra riqueza que salen por los puertos privados sin pagar un centavo de impuestos.

Revolución o evolución

La evolución de que se postula consiste en hacer que contribuyan a la construcción de la sociedad esas grandes empresas concentradas y en forma conjunta el Estado sea capaz de administrar la renta de las cadenas de valor proponiendo un hábitat razonable para la existencia de pymes.

La antítesis de lo anterior y que forma parte de una propuesta tan abiertamente antisocial como vigente, sería que, si se crea un sistema en el que uno puede enriquecerse utilizando las infraestructuras públicas de un país, su sistema educativo, su sistema sanitario, y después, con sólo apretar un botón, podés transferir tus activos a otra jurisdicción sin que haya nada previsto para controlar esa transferencia, dejando la factura (todos los costos) a las clases medias y populares que son inmóviles (no pueden moverse del país). Entonces estamos ante un sistema insostenible, insustentable, excepto, claro, que esté analizando la suerte del país receptor de esa renta trasladada, lo que comúnmente suelen ser referidos como “países de baja tributación”, un eufemismo para evitar referirlos como “paraísos fiscales”.

A esta altura voy a evitar señalar que “cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia”.

La pregunta es si el cuestionamiento de este sistema se hará en el desorden (revolución) o de manera apaciguada (evolución), como sería preferible.

 

(*) Empresario paranaense

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