Suma y resta
Por Augusto Arangui (*)
Si hay algo que trae un retroceso cierto, en la nueva propuesta del Gobierno nacional, es derogar la Ley de Protección del Bosque Nativo de Argentina.
Hemos asistido a un desmonte casi total del bosque nativo en el país desde hace más de un siglo, y si algunos parches de monte quedan vivos ha sido porque los privados, en manos de quienes estaba el dominio de los mismos, decidieron cuidarlos.
La agroculturización de los suelos, o sea, haber sacado todo el monte para hacer algún tipo de agricultura, ha sido vista como un adelanto, para el país por mucho tiempo, pero ¿se preguntaron ustedes el costo ambiental que acarreó esto? ¿Se anotó en la suma y resta de esas actividades la pérdida de millones y millones de hongos de las micorrizas del suelo, de bacterias que mantenían un balance en los ciclos biogeoquímicos? ¿Se restó la pérdida de especies de forrajeras nativas, de aves, de insectos que sí o sí, participaban en cadenas tróficas que no están más? Si restáramos los saberes populares de miles y miles de personas que marcharon obligadas en un éxodo rural permanente hacia ciudades, donde lo que son, lo que se sienten, lo que saben, no les sirve más y deben readecuarse a sistemas de vida de periferia de conglomerados urbanos, dependiendo de punteros políticos que les den una frazada para que su hijo no llore de frío una noche de lluvia, pegado a una pared de un plástico de silobolsa.
¿Se habrá restado la transformación de energía en materia, que hacían los bosques y su balance, comparado con un rastrojo de soja, donde el suelo desnudo es un espejo que rebota la luz del sol? Aumentando la entropía del sistema.
¿Se habrá anotado esto en la suma y resta?
Habrá que sumar o restar la pérdida de suelos por la erosión hídrica y eólica, o eso no se anota, como también parece olvidarse, que han quedado sólo algunos abuelos en el campo, sin caminos en el interior, viviendo en un mar de taperas alrededor.
Importa realmente, restar la contaminación de los cursos de agua, que no filtra más el monte y se contamina en la agricultura y sigue por las napas freáticas.
Podemos aumentar esa cifra para restar, si anotamos la fauna, los peces, la salud, las escuelas rurales cerradas.
Si hacemos políticas que no reconozcan que el todo es más que la suma de las partes es seguro que iremos al fracaso a corto, mediano o largo plazo.
Es probable que desde un edificio vidriado donde el viento no llega, donde no se escucha balar un ternero guacho, que será el único aguinaldo de un pequeño productor del Chaco, o de La Pampa, no se entienda, pero es muy importante tener una Ley de Protección del Bosque, como la 26.331 u otra, para que el país entero no sucumba por malas políticas.
Hay áreas que ya se han destinado a la agricultura en el país. ¿Por qué habría que voltear montes? Y por si fuera poco, el negocio de los insumos no deja los fondos más importantes en la región, el combustible, los fertilizantes, las patentes de las semillas, los pesticidas, entre otros, van a bolsillos extra-región.
Y no planteo que no se haga agricultura, no es la cuestión, sino, no seguir desmontando. Hay sistemas como los silvopastoriles, sistemas de desarrollo local, basados en productos del monte, que deberían encararse a niveles locales y prediales que mejorarían muchísimo el giro local de bienes y servicios en pequeños pueblos y parajes del interior, incluyendo el turismo, los bonos de carbono, los productos madereros y no madereros del monte; en fin, cada zona tiene su oportunidad de manejar en forma sustentable sus recursos naturales, es una cuestión de sentido común.
El monte no es sólo un conjunto de árboles. El monte cobija una cultura, una forma de ser, de sentir, de trabajar, el monte necesita caminos, alcantarillado, internet, energía eléctrica, servicios de salud, lo mismo que tienen otras actividades socioeconómicas del país.
El monte quiere vivir como viven las personas.
El monte no sólo es vida, da vida, asegura la vida de generaciones futuras, crea riquezas e identidad.
(*) Profesor de Ciencias Agropecuarias.
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